martes, 14 de junio de 2011

Educa quien despierta al yo (crónica)

Mª Carmen Carrón


El pasado sábado, en un encuentro organizado por la asociación ARCYP, tuvimos el placer de escuchar a tres personas que desde ámbitos muy diferentes están relacionadas con el campo educativo y que se pusieron en juego de forma bellísima frente al tema “Educa quien despierta el yo”. Javier Restán, director general de Ayudas y Becas de la Comunidad Autónoma de Madrid; David Reyero, profesor titular de Educación de la Universidad Complutense; y Antonella di Giordi, vicepresidenta de la escuela Oliver Twist de la Fundación Cometa Como (Italia).      

       La primera percepción latente al terminar el acto es la sorpresa de que el objetivo se había cumplido, había sido un momento educativo, “habían conseguido despertar nuestro yo”. El encuentro tenía como primer centro de interés el diálogo sobre los alumnos y la emergencia educativa reflejada en su ausencia de deseo. Antonella lo ilustró con la descripción de la situación de los chicos que llegan a la escuela Oliver Twist: jóvenes de 16-18 años que abandonan el colegio, sin expectativas y cuyas características son la rabia, la falta de autoestima, el riesgo social; y sus hábitos: duermen hasta tarde, están en la calle, abusan del alcohol y las drogas y se pelean por miradas o se encierran en la habitación y están frente al ordenador toda la noche.
Javier Restán reconoció que, a pesar de las apariencias, el deseo de estos chicos existe: «¡Y cómo existe!». Muestra de ellos es una carta de María, alumna de la Oliver Twist: «Uno se vuelve sordo, porque no quiere oír lo que le dicen los demás; se vuelve ciego porque no quiere ver; se vuelve inconsciente, estúpido, porque disimulamos no haber entendido nada; cuando en realidad lo hemos entendido todo».
David Reyero considera que la emergencia educativa sucede porque los chicos no aceptan la dependencia constitutiva del ser humano, a través de la cual se aprende a ser verdaderamente libre, y la confianza como método de conocimiento.
El problema, según Javier Restan, no está en los chicos, está en los adultos que silencian su propio deseo por impotencia –como una vergüenza–, no tienen nada que decir ante los grandes problemas de la vida: la sexualidad o la muerte, por ejemplo.
Es a lo que David alude cuando dice que existe un fracaso en la transmisión del legado del pasado que se pone ante el chico; y sin embargo, el hijo-alumno percibe inmediatamente lo que es importante o no para el adulto.
El lema de la escuela Oliver Twist es “Acoger para educar”. Los adultos responden al drama de los chicos afirmando la totalidad de su persona, que no está definida más que por su deseo de ser feliz; partiendo de aquí todo chico es educable.
Así nos introdujimos en el segundo gran aspecto del problema: el adulto. Tanto Javier como David reconocían un paternalismo estatalista en el sistema educativo español, cuyas víctimas son, en primer lugar los alumnos y en segundo lugar, los padres: los primeros porque la escuela reduce los conocimientos indispensables y genera un escepticismo, puesto que ya no se trata de conocer la verdad (porque no existe). Y los segundos, los padres, porque se ha impuesto la tendencia de un igualitarismo de centros que elimina la pluralidad social y que impone, como consecuencia, que todos los centros tienen que reflejar todas las posturas en lugar de primar una consistencia interna, una coherencia en la cosmovisión, unas señas de identidad.
En este contexto es necesario recuperar el aprendizaje como tejido de la tarea de las aulas, que están para enseñar; aunque lo parezca, ya no es obvio. Antonella de Giordi aportó la experiencia de la escuela Oliver Twist, donde el camino para aprender va de la experiencia al conocimiento, y cuyo método de trabajo se basa en la belleza, la excelencia y la relación con el adulto-maestro.
El tercer punto consistía en la relación entre los adultos que educan. Los tres reclaman de manera unánime que la tarea que hay que devolver a la escuela es la de enseñar, y para ello se trata de que los profesores – que no pueden estar solos para evitar el autoengaño, al menos– deben hacer presente una unidad. Se trata de “Educarse para educar”, como sucede en la Oliver Twist, donde el trabajo de los profesores con los chicos que no quieren saber nada del colegio consiste en encontrar el punto que despierta el yo de cada uno y acompañarles hasta que llegan a desear conocer la verdad, la belleza y cómo está hecha la realidad. La unidad de los adultos se ve en la obra que se hace juntos: es interesante y es lo que fascina a los chicos.
Sin embargo todos estamos llamados a establecer una relación con la realidad que tenemos delante, un diálogo sincero con nuestros compañeros, entrando en una amistad gratuita que educa a los chicos. Éste el factor más importante desde el punto de vista educativo.




Al contarnos Antonella tres de los fascinantes proyectos que la escuela Oliver Twist ha puesto en marcha, Javier Restán decía: «Me llena de esperanza ver que esto existe, que este trabajo es posible con chavales difíciles desde el punto de vista educativo. Es necesario estar juntos para que haya posibilidad de que vuelva a despertar la esperanza a través de los ejemplos que nos dicen que es posible una tarea educativa tan potente como ésta».
Para los que fuimos testigos de este diálogo también se despertó de nuevo la esperanza frente a esta tarea.

martes, 7 de junio de 2011

Tramas que educan (y re-educan)

Taller de moda en la cárcel. Es uno de los frutos de las “Tramas de libertad” que han unido a la prisión de Como con la escuela Oliver Twist, con un grupo de empresas de moda y con una estilista neoyorquina. El resultado está a la vista de todos.

Laura, nombre ficticio de una de las presas, es peruana, tiene cuarenta años y hoy ha invitado a su hermana y a su sobrino, que se sientan en la fila reservada, delante de los funcionarios de prisiones y justo detrás de las autoridades.


Las “Tramas de libertad”, que dan nombre a un proyecto de colaboración entre la escuela Oliver Twist de Cometa y la junta de distrito de Como, celebran su jornada de clausura y unen, por una tarde, a muchas de las personas implicadas de alguna forma en la iniciativa. Son tramas entretejidas con las hermosas telas con que se han confeccionado las prendas que se muestran tanto en la exposición como en el desfile, en el que participan las presas e incluso una agente de policía.

Las mismas tramas que durante tres largos meses han unido a los chicos de cuarto curso de la escuela textil con ocho presas. Gracias a una idea de Erasmo Figini, promotor de la escuela, y de la estilista neoyorquina Kirsten Randolph, residente en Como, los chicos han cruzado el umbral de la cárcel y han conocido a estas mujeres, a las que han tratado como las clientas ideales de su sastrería ideal, ésa que podrían poner en marcha una vez que consigan su titulación profesional.

Acompañados por sus maestros, han recogido los pedidos de estas mujeres, venciendo sus reticencias iniciales. Provocados por los sueños de elegancia de sus clientas, volvieron a la prisión al cabo de unos días con sus diseños y algunas muestras de tejidos que buscaron en las tiendas de Lisa, empresa líder en el sector que exporta desde Como tejidos a todo el mundo y que apoyó desde el principio este proyecto.

Era el momento de que las clientas eligieran los tejidos para después llegar al siguiente paso: los accesorios. Más empresas asociadas y más decisiones: zapatos, bolsos, joyas... Entre esas pesadas puertas que se abren y se cierran, el estruendo de los pernos y el tintineo de las llaves de los agentes, el taller de Cometa, al cabo de tres meses, toma vida. Los alumnos, cada vez más profesionales; y estas mujeres, cada vez más espontáneas y exigentes, cada vez más ellas mismas, dejando emerger su feminidad, que la rutina penitenciaria estaba ahogando entre el chándal y el abandono.

Un ir y venir que empezó con temor a la diferencia y con desgana, y que termina hoy con satisfacción, entusiasmo, osadía. Por fin, todos –profesores, alumnos, clientes, empleados, educadores y autoridades– se reúnen en el aula magna de la Oliver Twist. Está abarrotada y se percibe un sentimiento de alegría propio de las cosas bellas y difíciles que llegan a buen puerto. Alegría y conmoción porque Mevlude, una joven estudiante turca, comunica, en un italiano un tanto incierto, el entusiasmo por una experiencia que es verdadera escuela y verdadero trabajo, a un nivel altísimo en comparación con cualquier instituto superior de Italia, pero posible en una joven escuela profesional como es la Oliver Twist. 

Conmoción también porque Laura no deja de saludar y dar las gracias, en primer lugar a la directora de la prisión, Maria Grazia Bregoli, y luego a los educadores, al cuerpo policial, a la estilista, a los alumnos y profesores de Cometa... y no consigue terminar porque rompe a llorar.

Afuera llueve, pero luce el sol, por eso en el aula magna se siente un calor tropical. Por eso y por la pasión, alegría, ternura, deseo que suceden ante los ojos de todos y que caldea el corazón. Aún existen lugares, en este país tan complicado, donde sucede el milagro de que las cosas funcionan, donde la escuela es escuela y la cárcel es cárcel, es decir, donde la primera educa y la segunda re-educa, donde cada uno pone su pequeño grano de arena para construir lo que una vez se llamó el bien común.

Ezia Molinari, directora de la Oliver Twist y teniente de alcalde de Como, mira con los ojos humedecidos este pequeño milagro. Apoyada en su muleta, con el brazo en cabestrillo a causa del ictus que sufrió hace cuatro meses, disfruta, radiante, de la enésima batalla ganada por su escuela. Tramas de libertad, tramas de bien.


Lucio Lavrans