Experiencias


¡Cállate, maestra!


Con el puñetazo en la mandíbula y el sabor de la sangre entre mis labios, sin cambiar la expresión de mi rostro y con la misma dulzura con la que segundos antes le hablaba en el pasillo del centro,le pregunté - ¿Por qué? No lo entiendo ¿Tan mal te trato? ¿Te desprecio? ¿No te cuido? ¿No estoy contigo? ¿No te escucho cuando me hablas? ¿No te ayudo cuando me lo pides? - Su cuerpo se tensa, aprieta los puños, tiembla, su respiración se acelera -José, tranquilo- -¿Por qué? ¿Por qué?- No me ha mirado, y ahora lo hace. Dos lágrimas surcan su cara morena y sucia. -Cálmate, cuando te tranquilices un poco entra en clase, si quieres-. Él es una de mis preferencias.



Al salir dos alumnos de la clase para ver qué sucede, con la misma calma que había mantenido en todo el proceso (aun sigo sin saber cómo), consigo que los niños se metan en clase sin dramas y sin aspavientos. Una regañina más de la maestra, ahí se ha quedado todo. Nadie sabe nada, nadie ha visto nada. Sólo él y yo.



Los niños de quinto están tranquilos en clase realizando algunas actividades. Salgo del aula y me dirijo a la clase de 6º -¿Puedes salir un momento?- Es mi compañero de Ciclo y secretario del equipo directivo. Nos vamos al aula de inmersión lingüística y allí, rompo a llorar. Siento que me ahogo ¡Ni tres minutos!! Éste no es el momento ni el lugar. Llega el director y entrecortadamente, le cuento lo que ha ocurrido. Me comentan que en esta semana ante una llamada de atención de una compañera de primaria, reacciona con un cabezazo y llamándola puta, dos días después se mea en los cristales de su propia aula y hoy me ha dado a mí un puñetazo. Mis compañeros intentan calmarme pero no saben lo que hacer ni que decir. Todo este proceso no ha durado más de siete minutos. Voy al baño, no tengo que retocar mi maquillaje, por fuera el morado no se ve (aun es pronto) por dentro, tengo la piel desgarrada por el impacto del puño contra mis dientes. No sangra. Bebo agua -¡¡¡Dios mío, ayúdame!!!- Respiro hondo y vuelvo a clase. Son las 9:47.



La mañana se desarrolla de un modo muy normal, no entiendo cómo ha sido posible, pero así ha sido. He pedido alargar el tiempo de patio. Hemos tenido cincuenta minutos de recreo ¡Lo necesitaba!

Sabía que no iba a entrar a clase, ante una agresión, se le saca del grupo, se llama a sus padres y se va del colegio. Expulsión de tres días. Eso era lo que me habían dicho cuando sucedió todo. Al subir a lo niños al comedor veo cómo el director lleva al niño a la clase de 6º. El niño había estado toda la mañana con un maestro sólo para él en la mejor aula del centro ¡¿Un premio?! ¡¿Era un premio?!( Los que estamos aquí sabemos que lo que verdaderamente necesitan nuestros niños es afecto, atención y límites. Los paren y ¡Que los críe la calle! Padres torpes e instintivos que no conocen otra cosa. No por parir y engendrar se es madre o padre ¡¡Eso lo hacen los perros y no por ello son padres!!!) Y mi compañero sube a los niños y a José al comedor. Mantengo la sangre fría que extraordinariamente había mantenido durante todo el día pero mi corazón ya no podía más - Esto lo tenemos que hablar muy seriamente- - Ha ocurrido en el centro y en horario escolar ¿Qué hacemos, dejamos al niño sin comer?- - Tengo un examen dentro de hora y media en la facultad. Pero esto lo hablamos ¡Y, bien!-



En mitad de la calle rompo a llorar y una súplica constante en mis labios ¡¡Dios mío, Dios mío, ayúdame!! ¡No puedo más!! Toda la rabia y dolor que sentía en ese momento me hacen plantearme si ir al examen o ir al colegio a "hablar", por no decir gritar y chillar y descargar todo lo que llevaba dentro. Conocedora por experiencia de cómo las circunstancias pueden llegar a determinar nuestras actuaciones, vuelvo a pedir, vuelvo a suplicarLe y decido ir a hacer el examen. En ese momento era lo que tenía que hacer.


Ayer fui a clase. Ante una situación así, lo único que me podía salvar era mirarla de frente. Tenía miedo y lo sigo teniendo. No sé hasta dónde puede llegar esto. Este es mi trabajo, y estos son mis niños y mis padres, si perciben que tengo miedo, que el temor y la inseguridad se han apoderado de mí, estoy perdida, ya que el respeto y la autoridad que ellos me han dado se perdería y las consecuencias pueden ser catastróficas, aunque no por ello, la vida se acabaría. Esto lo conozco por experiencia. Pero tengo miedo, donde antes caminaba segura y tranquila, ahora miro con recelo y temor. Cuando un niño me amenaza o me levanta la mano, antes ni me inmutaba y ahora me sobresalta.



Al finalizar el día, pregunté y la respuesta que obtuve fue la legalidad.


-Se está siguiendo el plan de actuación que se ha votado en Consejo Escolar, el plan de convivencia. Si no estás conforme o no te gusta te insto a que convoques al Equipo Directivo, o que lo hagas llegar a altas instancias, si quieres. Ahora mismo lo que se ha hecho es tomar nota de la agresión y de las dificultades de este niño y de su familia y se ha hablado con los padres. Se les ha dicho que hay dos formas de solucionar el problema, a través de la Inspección con la policía de por medio o desde dentro, desde la propia escuela, pero eso conlleva un compromiso serio por parte de los padres (vamos, una amenaza). Los padres han decidido que sea la segunda opción. Ahora mismo se va a expulsar al niño durante tres días (todavía no se ha hecho)-


-No me hables de legalidad, eso no es lo que a mí me importa, ni me provoques. Lo único que quiero saber es qué es lo que vais a hacer, y lo más importante, cuál es el criterio por lo que decidís tal o cual cosa. No quiero que me mantengáis al margen de esto. Sé donde estamos, conozco la realidad que tenemos delante y lo dura que es. Esto no me da miedo. Sé que todos nos podemos equivocar y tomar decisiones acertadas o no. Pero lo que sí me importa es el criterio ¡Esto si es importante para mí! De hecho, cuando me ofrecisteis la plaza de Psicopedagoga me sentí halaga y me gustó, pero lo que hará que decida o no quedarme no es el gran Proyecto Educativo que aquí se está llevando a cabo o las personalidades que vengan, sino el criterio con el que se toman las decisiones, independientemente de que salgan bien o mal (creo que aquí me pasé). Sé esperar, y controlo bastante bien mis emociones (en apariencia ¡Claro). El tiempo y Dios dirán...-



Por la noche, en casa, pensando sobre esto me daba cuenta de lo difícil que tenía que ser tomar decisiones de estas características. Cómo educar a un niño y a unos padres en una realidad como es ésta. Aquí priman lo niños, su educación y su bienestar ¿Qué hacer? ¿Echarlos a la calle? ¡Qué les queda en la calle, Dios mío, qué les queda ahí!! Drogas, navajazos, robos,... pura instintividad, pura supervivencia,... entonces ¿Los dejamos en la escuela y ya? ¿Dónde quedamos los maestros? ¿Qué somos nosotros aquí? ¿Los actos no tienen consecuencias? ¿Qué prima más, el bien que esta institución puede hacer aquí en el tiempo y por eso se perdonan sin consecuencias hechos puntuales, o todos y cada uno de los que estamos aquí, niños y maestros, ahora? ¿Realmente, qué es educar? ¿Qué es educar? Conmovida por todo esto, me nació una ternura y una admiración grande por mis compañeros, por las decisiones que tenían que tomar.



¿Hay esperanza para ellos? ¿Hay esperanza para mí? Sé que sí, esto es una certeza. Pero no entiendo nada, absolutamente nada.




Aquel puñetazo, sólo fue un - ¡¡Cállate, maestra!!- mis palabras, aquel "¿Por qué?" habían dado de lleno en su corazón. Es un niño, y no tiene armas para afrontar todo lo que vive. Francamente, hay cosas en esta vida que es mejor no conocer y si nos toca vivirlas ¡¡Sólo con Él y en Él!!

El lunes estuve reunida con el Equipo Directivo y después de que me contasen los criterios (Somos un centro educativo y por lo tanto la medida a tomar ha de ser educativa, ejemplarizante y reparadora. La expulsión es el último recurso y sería como reincidencia), vinieron las medidas. Habían hablado con los padres y con el niño. Él propuso hablar conmigo y ayudarme en clase. Hablé con ellos y les dije que lo mas educativo para ambos era que no se fuese de clase, que se quedase conmigo dentro del aula como lo que realmente era, un alumno más. Se había equivocado, sí, como yo me he equivocado tantas veces, y al igual que a mí me abrazaron y me abrazan ¿Es que yo soy superior a él para no hacerlo? No soy distinta de él, la diferencia está, en que a mí ya me ha ocurrido.



Mañana vuelve a clase y los jueves, por la tarde, se queda conmigo en el aula de estudio, pero no ayudándome, ayudándose a sí mismo, estudiando un poquito.



Tal vez, con los criterios erróneos, tal vez, pero conozco muy pocas realidades donde se abrace la humanidad de la persona de este modo.



Ha pasado poco menos de un mes de este hecho que os cuento. La normalidad reina en el cole. Ha vuelto el brillo a sus ojos y su mirada hacia mí es tierna, muy tierna. A un solo gesto mío deja de hacer lo que en ese momento esté haciendo o retoma lo que ha dejado. No hace falta que medie una sola palabra. Y no sólo conmigo, con todos los maestros.

Un abrazo grande a todos.







El colegio y sus tardes


A principios de este curso académico, 2011-2012, vino Juan Luis Barge, profesor de religión, a contarnos  la caritativa sobre el estudio que él y amigos suyos hacen en su ciudad de Fuenlabrada. A mí me pareció muy interesante porque yo trabajo en un centro público como él y me fascinó su libertad y la certeza que él tiene de ser una presencia viva en su centro de trabajo.

                Por tanto, decidí lanzarme a iniciar algún tipo de estudio con mis alumnos para poder verificar lo que Juan Luis dijo, que los profesores estaban más contentos y que habían reincentivado la manera de estar en clase. Él me insistió en que sería bonito que algún compañero de trabajo o algún universitario  me acompañara y un día, después de darle mil vueltas, le pregunté a un amigo del centro, Toni, un jefe de estudios muy atareado, si quería que empezásemos un sencillo estudio una tarde a la semana. Recuerdo que se le iluminó la cara de alegría y me dijo que sí. Yo ya había observado su humanidad, él,  por ejemplo, ya se quedaba algunas tardes dando repaso a alumnos con más retraso académico. Desde entonces quedamos todas las semanas sin falta y cada jueves por la mañana me voy más contenta al cole ya que se van dando pequeños milagros. En primer lugar se ha cumplido lo que me decía Juan Luis, que estoy más contenta en el cole y que al día siguiente del estudio me noto con renovada paciencia  dando mis clases.
                Hay compañeros del cole que ante la iniciativa también han empezado a moverse. Es el caso de María, una profe de matemáticas, que queda con los chavales los recreos previos a algún examen o también alguna tarde cuando tiene un  hueco los días que hay sesiones de evaluación. O el caso de Marisol, profe de castellano, que algún jueves  después de horario escolar queda para ensayar una obra de teatro con los de cuarto de la Eso.  Otro profe, José, se acerca a  resolver las dudas de matemáticas después de la insistencia de algunos alumnos en que les resuelva la difícil materia. También desde jefatura han establecido los jueves por la tarde junto a otros días para supervisar las tareas de los alumnos castigados o expulsados.
                Es un espectáculo ver a los alumnos que vienen al estudio, los fijos no llegan a ocho o nueve, pero siempre llega alguno nuevo invitado por ellos, por mí o por jefatura. Ellos están contentos y si tienen alguna necesidad tienen la libertad de preguntar a cualquier profe si se quedará luego para resolverles alguna duda. La iniciativa me ha dado la oportunidad de ser más amiga de mis compañeros de trabajo y de poder verificar el sentido de la caritativa, que vale para todos ya que el corazón del hombre está hecho para dar. Este gesto me construye, en primer lugar a mí, por eso, lo  cuido como puedo y, como consecuencia, está siendo un bien indudable para mis amigos y mis alumnos. En un claustro mi jefe subrayó la iniciativa de este estudio como alguno de los métodos para solventar el fracaso escolar en mi centro, lo dijo con mucha gratitud, y quedé contenta, pero ahora pienso que la primera beneficiada soy yo, los frutos ya se verán.

Magdalena Villalonga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario