Giuseppe Di Fazio
Su primera novela, Blanca como la nieve, roja como la sangre, ha resultado ser un best seller y le ha convertido en un autor de referencia en la “literatura adolescente”. Pero Alessandro D’Avenia, a sus 33 años, palermitano, graduado en literatura clásica, profesor en un instituto milanés, no es un nuevo Moccia. En su escritura se deja ver la pasión educativa del profesor y la densidad de las preguntas de sus alumnos. Y también la experiencia del intelectual emigrante nostálgico de su tierra y la del estudiante que un día se encontró en Palermo con un profesor de religión sui generis, Pino Puglisi, el sacerdote asesinado por la mafia en 1993.
D’Avenia interviene en el debate sobre las nuevas generaciones que se ha abierto estos días en el periódico La Sicilia con motivo del encuentro de Benedicto XVI con los jóvenes sicilianos. “El reclamo del Papa en Palermo –afirma- anima a los jóvenes a buscar una vida grande, llena de sentido. De hecho, la crisis actual es una crisis de significado”. Pero los jóvenes no tienen la culpa; sus profesores y sus padres difícilmente llegan a ser maestros de vida ni a tomarse en serio sus preguntas más profundas, y así los chicos terminan por refugiarse en el ideal de una vida cómoda.
Profesor, la apatía de los jóvenes se ha convertido, como diría Pietro Barcellona, en una auténtica enfermedad social. Todo el entorno (escuela, universidad, medios de comunicación) parece contribuir a reducir o adormecer el corazón de los jóvenes y sus preguntas más profundas. ¿Qué hay en la raíz de todo esto?
La apatía de los jóvenes es la apatía de los adultos. Decía Chesterton que “la evolución es lo que sucede cuando dormimos, y la revolución cuando estamos despiertos”. El hombre es un espíritu de carne y hueso, y al espíritu hoy todo le invita a dormir, a dejarse llevar por una dulce anestesia que se interrumpe periódicamente con dolorosos despertares, que se expresan en forma de insatisfacción, frustración, miedo, confusión. Los chavales no encuentran maestros capaces de despertar su espíritu. La crisis de los jóvenes es la crisis de la cultura en la que han crecido, una cultura dominada por el relativismo, que consiste en privar a la realidad de las diferencias y que genera indiferentes. El relativismo nutre la cabeza y el corazón de los jóvenes. El desafío es hacer de ellos “corazones pensantes”, reconciliando la verdad con la vida de cada día.
Como profesor, ¿cómo es su relación con los alumnos?
Aprendo de ellos y ellos de mí. Decía Confucio: “Si tuviera que recorrer el camino con otros dos hombres, al menos uno de ellos sería mi maestro”. La escuela es una relación vital de intercambio permanente. Si no aprendo, quiere decir que no estoy enseñando. Lo más importante para mí es la libertad. Enseñar es educar en la libertad. El mito de la libertad absoluta está cayendo por su propio peso. Hacer lo que quiero mientras no perjudique la libertad de los demás no basta. El secreto de la libertad consiste en el compromiso con algo o con alguien. Cuando mi profesor de literatura, Mario Franchina, me prestó un libro de su poeta preferido y me dijo: “Esto tú lo puedes entender”, estaba haciendo florecer la responsabilidad de la libertad. Me ayudaba así a descubrir una cualidad que yo tenía todavía latente y la animaba, poniendo en ella una confianza superior a lo que en aquel momento merecía. Aquel gesto me obligó, sin obligarme, a ponerme en juego. Al confiar en mí más de lo debido, hizo que mi libertad se implicara, y al mismo tiempo me comprendió y me empujó hacia adelante. La libertad es una palabra que viene del latín liberus, que quiere decir “hijo”. Si me relaciono con los alumnos como un padre, empezarán a ser libres, intento ponerme al servicio de lo más íntimo que tienen, para preservarlo, animarlo, les ayudo a llegar a ser ellos mismos en medio de la actual masacre de identidad.
En la escuela actual, el profesor se ha convertido en burócrata, ¿por qué cada vez hay menos educadores y maestros?
Ser profesor es una vocación. Se convierte en burócrata sólo aquel que no tiene esta vocación. Hay muchos más maestros de lo que se cree, pero nadie lo dice.
Los jóvenes sicilianos cada vez se ven más obligados a emigrar en busca de un trabajo, pero también para estudiar. ¿Es posible buscar así la plenitud de la vida?
La plenitud de la vida sólo se es posible si uno está en la realidad. El momento presente exige movilidad, así que se trata de transformar en vida lo que sólo sería un destino cruel. No es una actitud pusilánime, resignada, sino una invitación a estar en la realidad con todos sus desafíos y transformarla desde dentro gradualmente. Yo también soy un siciliano “emigrado” y busco la plenitud allí donde me es dado encontrarla, y espero que llegue un recambio generacional que traiga a Sicilia una nueva primavera.
En Palermo, el Papa hizo a los jóvenes una gran propuesta: “Sed santos, cambiaréis Sicilia”. Algunos han definido esta propuesta como alejada de los problemas reales de los jóvenes...
Cientos de jóvenes me escriben después de leer mi libro y me dan las gracias porque afronto temas como la muerte, el dolor o Dios desde el punto de vista de un adolescente. Esos comentarios ignoran cuáles son los problemas reales de los chavales, que no son ni el alcohol, ni las drogas, ni la dependencia. Éstas son sólo algunas consecuencias de una libertad que no se pone en juego porque no ha descubierto un horizonte que la ponga en marcha. Cuando el Papa lanza esta propuesta, anima a los jóvenes a buscar una vida grande, llena de sentido. La crisis de los chicos es una crisis de sentido. La cultura de hoy crea al hombre, y le obliga a huir de sí mismo. Hace ya más de un siglo, Nietzsche, que había previsto la cerrazón de la mente burguesa y su renuncia a la vida, decía: “Todos quieren lo mismo, todos son iguales. Se tienen pequeños placeres para el día y para la noche, pero hay que respetar siempre la salud. ‘Hemos descubierto la felicidad’, dicen entre gestos y guiños. Yo he conocido a nobles que han perdido su más alta esperanza y desde entonces calumnian todas las esperanzas elevadas. Desde entonces viven insolentemente de placeres breves y no llegan siquiera a marcarse metas efímeras. Le han cortado las alas a su espíritu, que ahora se arrastra y contamina todo lo que roe. Pero, te lo ruego: ¡mantén intacta tu más alta esperanza!”. Y Nietzsche no era precisamente un hombre de Iglesia...
Usted fue alumno de Pino Puglisi, a quien el Papa ha señalado como modelo para los sicilianos. ¿Qué era para usted lo más valioso del padre Puglisi como profesor y como sacerdote?
La sonrisa. Una sonrisa que nacía de Dios y lo hacía tangible. Su sonrisa era la manifestación evidente del Bien omnipotente que, a pesar de las aparentes derrotas, en realidad triunfa siempre, gradualmente, poco a poco. Le encantaba decir: “los sueños colorean la oscuridad”. Nos animaba a amar la verdad sin tener miedo. Repetía una y otra vez que sólo la verdad nos hace libres. Parecían palabras abstractas, como la invitación del Papa, pero cambió los corazones de una sociedad entera, los rostros de un barrio que vivía en manos de la mafia. Vivía por aquello que decía en clase, como debe ser en cualquier profesor.
Publicado en La Sicilia, 11 de octubre de 2010