La polémica sobre el currículum de Religión demuestra qué necesario es impartir en la escuela esta asignatura. Así, las jóvenes generaciones podrán en el futuro no sólo alardear de espíritu democrático, sino vivirlo con coherencia desde el conocimiento del hecho religioso y la capacidad de dialogar sobre él. Para ello son necesarias ideas claras y distintas. Ya decía nuestro escritor Baltasar Gracián: «Hombre sin noticia, mundo a oscuras». Por lo que toca a la Religión en la escuela, falta mucha noticia sobre su necesidad y sentido. No debe extrañarnos la oscuridad de ciertos planteamientos.
Las críticas contra el currículum van en una doble dirección. Se dice, en primer lugar, que el Gobierno actúa bajo el mandato de los obispos al publicar un currículum redactado por ellos. Tal afirmación se descalifica sola, ya que la Lomce dice: «La determinación del currículum y de los estándares de aprendizaje evaluables que permitan la comprobación del logro de los objetivos y adquisición de las competencias correspondientes a la asignatura Religión será competencia de las respectivas autoridades religiosas». No puede ser de otra manera, a no ser que el Estado se convierta en el adoctrinador de los alumnos, como pretende alguna autonomía determinando los contenidos de la asignatura. Urge recordar que la Constitución española afirma que «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones» (art. 27). Es de lógica elemental que la redacción del currículum corresponda a la confesión religiosa propia de los padres.
En segundo lugar, algunas críticas al currículum lo consideran propio de la catequesis y no de la escuela. Se basan en ciertos estándares de aprendizaje evaluables que propone, como estos de Primaria: «Memoriza y reproduce fórmulas sencillas de petición y agradecimiento»; «expresa, oral y gestualmente, de forma sencilla la gratitud a Dios por su amistad». Se dice que esto es adoctrinamiento y catequesis. Memorizar textos, sin embargo, es propio del aprendizaje, si se quiere evaluar la formación. Memorizar fórmulas matemáticas, filosóficas o textos poéticos es la única forma de aprender los contenidos de una disciplina. Pero ya sabemos qué denostada ha sido la memoria. Aprender y reproducir textos de memoria no significa además que el alumno haga suyos sus contenidos, pertenezcan a la disciplina que sea. Esto es sencillamente aprendizaje y cultura. Y la Religión católica es parte fundamental de la cultura universal. El socialista francés Jean Jaurès, sin profesar la fe católica, matriculó a su hijo en clase de Religión y le argumentaba así: «¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las que todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por tu ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a decir un disparate?»; y añadía: «La religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a cierta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras».
En cuanto a expresar, «oral y gestualmente, de forma sencilla la gratitud a Dios por su amistad» no significa obligar a rezar, aunque rezar –evitada toda obligación– tampoco es un atropello a la libertad, en aulas cuyos alumnos profesan la fe católica, o cualquier otra. ¿No comparten otras experiencias? ¿Es rechazable que el alumno exprese cómo reza? Resulta chocante que se critique este estándar de aprendizaje en una pedagogía moderna que recurre a la escenificación como método sin obligar al alumno a que asuma como propio el contenido de lo representado mediante palabras o expresiones corporales. ¿Es inducir a creer o a rezar, para evaluar si un alumno sabe qué es la oración de súplica, pedir que componga o recite una? ¿ O es que representar con gestos la pasión de la ira convierte al alumno en un ser airado? ¿ Cómo educarlos entonces a disfrutar del teatro? Seamos serios. No confundamos métodos de evaluación con adoctrinamiento. Que este pueda darse es obvio, si el profesor carece de rectitud y olvida su función, como se puede adoctrinar ideológicamente desde otras disciplinas –dígase la historia, la literatura, la filosofía– si los estándares de evaluación se utilizan de modo interesado y manipulador de las conciencias.
No hay que olvidar además que, cuando los padres solicitan la enseñanza de la Religión, saben que ayudará al crecimiento de la fe de sus hijos, porque el conocimiento y la apertura a la verdad conducen a la valoración y amor de lo que se conoce. El Papa Francisco afirma que «la educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento», que es –referido a los cristianos– la filiación divina del hombre ( EG 163). En resumen, sólo una interpretación aséptica de la enseñanza, en la que lo racional y lo afectivo se separan indebidamente, puede justificar algunas críticas al currículum. Otras, como la ausencia de ciertos temas, se habrían evitado si el horario no se hubiera reducido drásticamente. Los profesores sabrán suplirlo, pues competencia tienen.
En el fondo de la cuestión está el prejuicio de que la Religión pertenece al ámbito de la conciencia individual y no cabe en la escuela. Conviene recordar, sin embargo, que pocas realidades son tan públicas como las confesiones religiosas: templos, liturgias, arte y manifestaciones religiosas pueblan las ciudades y marcan su historia. No hay pueblo tan bárbaro que no tenga sus dioses, decía Cicerón; y Ortega y Gasset, criticando a cierto ateneísta, que presumía de haber nacido sin el prejuicio religioso, dice que «le faltaba la agudeza de nervios requerida para sentir, al punto que se entra en contacto con las cosas, esa otra vida de segundo plano que ellas tienen, su vida religiosa, su latir divino. Porque es lo cierto que, sublimando toda cosa hasta su última determinación, llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo transcientífico de las cosas es su religiosidad». Muchos de los que critican el currículum rechazarán este razonamiento y defenderán una visión del hombre carente del «prejuicio religioso»; pero tal comprensión arreligiosa del hombre también es un prejuicio que no debe imponerse a quienes, en sana democracia, tienen el derecho de ser educados según las convicciones de los primeros responsables de la educación de sus hijos: los padres. Frente a este derecho, las críticas, bien o mal intencionadas, al currículum, no entran en lo que realmente está en juego: la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos y la garantía que el Estado les ofrece en la Constitución española.
César Franco, Obispo de Segovia y presidente de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis de la Conferencia Episcopal Española.