domingo, 5 de marzo de 2017

LA BELLEZA DE EDUCAR SE LLAMA MISERICORDIA: MEMORIA DE UN ENCUENTRO INOLVIDABLE



Madrid 24 de febrero.
La Asociación para la Renovación Cultural y Pedagógica (ARCYP) y el APA del colegio Newman organizan un encuentro titulado la belleza de educar se llama a misericordia.

Un gran invitado, Franco Nembrini, habla delante de un nutrido grupo de padres y educadores que casi llenaba el salón de actos del colegio Newman.

Franco comienza su exposición apuntando directamente a lo esencial del tema, dirigiendo una pregunta, ¿qué es la educación? Inmediatamente nos advierte de un peligro que tenemos todos al pensar que educar es algo que hacemos nosotros, los adultos, con los chicos porque sabemos en lo que se tienen que convertir; y para eso ponemos en acción una serie de medidas que les deben lleven a lo que nosotros hemos decidido que tienen que ser. Esto, afirma Franco sin rodeos, es la fuente de todos los equívocos.

Para profundizar en el tema nos ayuda a preguntarnos si estamos seguros de saber querer bien a nuestros hijos. Todos estamos ciertos de que no es una sospecha respecto nosotros sino la forma de hacernos caer en la cuenta de que a los chicos el mensaje que le llega muchas veces no es " ¡yo te quiero mucho!" sino "yo podría llegar a quererte mucho si tú cambiases". Claramente no es lo mismo.

Se oyen las risas de un auditorio que sigue con atención las divertidas anécdotas con las que ilustra sus juicios educativos, indicándonos que bastaría profundizar en este punto de partida para que valiera la pena este gesto.

Y nos damos cuenta que el lema del encuentro se va haciendo cada vez más claro en sus palabras, "la educación es verdadera cuando se vive como afirmación del otro tal y como es; y esto se llama misericordia, que es el perdón que precede a la culpa".  Esto supone que el chico haga una experiencia con el adulto en la que éste le comunica "yo daría la vida por ti ahora".  Porque fue así como sucedió en el origen de la relación educativa, nació gratuitamente.

Pero esto no dura. Y cuando aparecen los problemas, nosotros pensamos que hemos fallado y sin embargo, Franco nos aclara qué es entonces cuando se empieza a educar. Y, si el educador parte de una relación gratuita, no hay error o fragilidad que le pueda parar;  porque, nos insiste, "cuanto más hay que perdonar, más educa"; Y a la vez esta posición suya "hacer resurgir al chico de su fragilidad en función de este abrazo"

Las claves educativas a las que nos remite son el sentimiento de misericordia y un gran amor a la libertad.





A estas alturas del encuentro se ven caras ya verdaderamente conmovidas y agradecidas, cuando se formula la segunda pregunta: ¿cómo tener esta mirada sobre las personas que educamos?  La respuesta es que nadie da a lo que no tiene: "sólo se vive así, si se hace la experiencia de ser mirado así".

La conciencia de que somos perdonados en cada momento, por tanto, es fundamental; porque si no, en cualquier relación, y también en la educativa, "el estupor del inicio se deshace, porque se pierde la misericordia, se deja de perdonar".

Sin embargo los chicos necesitan ver adultos conscientes, ciertos de la belleza de la vida, que les permitan incluso la posibilidad ser frágiles, es decir, irse y poder volver. Si nosotros no les ofrecemos esto buscarán, el padre que necesitan, en otro sitio o serán como dice Papá Francisco una generación de huérfanos.

Sin más tiempo, el encuentro termina con una pregunta de la sala a la que Franco responde que nos conviene no confundir querer a los hijos con evitarles la fatiga y el dolor, sin esto no crecen. Pero en la educación no hay recetas son intentos, muchos de ellos, fallidos.


Por lo que hemos visto y oído podemos decir cada uno de nosotros que la belleza con la hemos sido educados se llama misericordia. Esa que le hace decir a William Shakespeare que "la misericordia cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendita; bendice al que lo da y al que lo recibe"
                                                                                                                        Mª Carmen Carrón