sábado, 10 de diciembre de 2011

Próxima asamblea ARCYP


Para seguir acompañándonos en la problemática de la enseñanza estatal, ARCYP invita a profesores, padres y todo el que esté interesado a una nueva asamblea en la que contar qué ha sucedido en los centros escolares y cómo lo estamos viviendo. Podéis invitar a aquellos compañeros interesados por esta cuestión. Os lanzamos las siguientes preguntas para la asamblea:
¿Qué novedades has observado en el desarrollo del conflicto? ¿Qué estás aprendiendo en el modo de vivir este conflicto?
 
Fecha: sábado 17 de diciembre a las 11.00 h.
Lugar: Sede de Comunión y Liberación (C/ Luís de Salazar 9, Local 4, Madrid)

CONSTRUIR EN TIEMPOS DE CRISIS


«Una comunidad cristiana auténtica vive en constante relación con el resto de los hombres,  con los que comparte totalmente sus necesidades y afronta sus problemas. Por la profunda
experiencia fraternal que en ella se desarrolla, la comunidad cristiana no puede dejar de tener una idea y un método propios para afrontar los problemas comunes, tanto prácticos como teóricos, y ofrecerlos como colaboración específica al resto de la sociedad en la que se halla» (Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación). En la perspectiva señalada por Giussani se sitúa esta contribución de Comunión y Liberación que ofrecemos a todos, en este tiempo de crisis, para promover un diálogo que favorezca la recuperación de nuestro país.




La crisis es un hecho
La crisis está cambiando las condiciones de vida de millones de personas: aumenta el paro, aumentan los pobres, cada vez cierran más empresas, se cuestiona el estado del bienestar y corremos el riesgo de quedarnos al margen del desarrollo mundial, rebajados a país de segunda división. La crisis está provocando diferentes reacciones, que se pueden resumir en dos:
• defenderse de la crisis echando la culpa a alguien, que seguramente existe y tiene más responsabilidad que los demás. Pero así no se produce ningún cambio, simplemente aumenta la queja y se acaba en la desesperación.
• comportarse como si no pasara nada, pretendiendo hacer borrón y cuenta nueva, sin ningún
tipo de autocrítica, sin medirse con la realidad.


La realidad es positiva porque pone en marcha a la persona
Pensar que basta con ir contra alguien para vencer la crisis no es racional. Todavía peor es cerrar los ojos ante la realidad. Es lo contrario de la tradición judeocristiana, que reconoce la realidad como algo en última instancia positivo, incluso cuando ésta muestra un rostro negativo y contradictorio. La realidad es positiva porque nos pone continuamente en marcha, suscita interrogantes y nos provoca a tomar postura ante lo que sucede. Esta conciencia ha forjado la historia milenaria de Occidente. El juicio que la tradición judeocristiana ha lanzado sobre la realidad, “Y vio Dios que todo era bueno” (Génesis 1,31), ha permitido que Occidente se desarrollara afrontando todas las circunstancias, favorables y desfavorables, a partir de la certeza de que el Misterio bueno había salido a su encuentro en la historia.



A diferencia del dualismo o el maniqueísmo –para los que el mal está siempre en un lado y el bien en el otro–, ha permitido que afrontara el futuro precisamente a partir de los retos que plantea la realidad, respondiendo a ellos con inteligencia, creatividad, gratuidad y capacidad de sacrificio. Ahora bien, cada generación tiene que tomar su iniciativa, tal y como nos lo recuerda Benedicto XVI: «un progreso acumulativo sólo es posible en lo material. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral no existe una posibilidad similar de incremento por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones. Nunca están tomadas de antemano por otros en lugar nuestro. En ese caso, efectivamente, ya no seríamos libres. La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación, tenga un nuevo inicio» (Spe salvi, 24). Es una invitación a afrontar personalmente la crisis como una oportunidad, por paradójico que resulte. La crisis, en efecto, nos obliga a caer en la cuenta del valor de ciertas cosas, en las que no reparamos hasta que nos faltan, como la familia, la educación o el trabajo. En la Transición española tenemos el ejemplo de un período difícil que se supo afrontar con una gran tensión ideal y sin la dialéctica exasperante que predomina actualmente. Nos muestra que no estamos abocados a la desesperación o al enfrentamiento ideológico.
Entonces, ¿cómo poner de nuevo en juego nuestra libertad? ¿Por dónde empezar?


En primer lugar, tenemos que ser leales y admitir que ya no nos sirven las ideologías; que el
estatalismo nos hunde en las deudas; que el sistema financiero no es lo que salva al hombre. Todas estas cosas hacen crecer el número de indignados, manifestación de una exigencia buena (que los deseos y las necesidades concretas de las personas no queden siempre al margen del debate público) y a la vez desordenada, que fácilmente termina en violencia.


En segundo lugar, necesitamos identificar, en la situación actual, personas que afrontan la crisis como una oportunidad, generando esperanza.


Algunos ejemplos
En medio de una de las crisis más graves de nuestra historia, existen personas que se han puesto en marcha sin esperar a que otros –siempre otros– resuelvan los problemas. Ya que no se puede cambiar todo de un plumazo, han empezado a cambiar ellos.
• En esta época de penuria hay gente que recoge alimentos para entregarlos a familias que ya no llegan a final de mes. O crea espacios para acoger a inmigrantes. Y se convierte así en factor de cohesión en nuestros pueblos y ciudades, con un “calor humano” que devuelve la esperanza a los más necesitados.
•Muchas familias, ante las dificultades económicas, descubren el valor de hacer sacrificios –tal vez para garantizar a toda costa la educación de sus hijos– y asumen un régimen de vida más sobrio. Incluso en un tiempo en el que se defiende a ultranza el propio bienestar, hay familias que adoptan a niños con graves deficiencias. O acogen a jóvenes problemáticos que nadie quiere, generando el milagro impensable de un afecto a la vida que hace menos violenta nuestra sociedad.
• En este momento en el que se destruye empleo, hay trabajadores que se sienten protagonistas de su trabajo y deciden bajarse el sueldo para que su empresa siga adelante y nadie quede fuera. O empresarios que asumen nuevos riesgos a favor de sus trabajadores y de nuevos empleos. Y cuando muchas familias se desesperan por la educación de sus hijos, hay padres que arriesgan tiempo y dinero para empezar la aventura de crear un colegio, abriendo un espacio “amable” dentro del barrio.
• En un panorama juvenil a menudo desolador, hay muchos jóvenes que no se contentan con un futuro mediocre que les aboca al paro: muchos estudiantes se entregan con seriedad al estudio y no se contentan con tener un título al final de su carrera, sino que aprenden idiomas y están dispuestos a irse a estudiar o a hacer prácticas al extranjero; y así encuentran buenos puestos en empresas o universidades extranjeras.

• Ante la violencia y el terrorismo presente en nuestra sociedad, hay personas que desde el
principio han sabido distinguir entre el bien y el mal y han apostado por la reconciliación y el
perdón dentro del respeto a la ley y a la justicia.


Los factores de un cambio posible
¿Qué es lo que une a todas estas iniciativas? El convencimiento de que la realidad, incluso cuando aparece negativa y difícil –como vemos hoy–, provoca de nuevo el deseo de conocer, construir y comprometerse, aunque éste haya quedado adormecido y mortificado durante años, a causa de la homologación que establece el poder, con la que a menudo somos conniventes. El camino para no soportar resignadamente la crisis, sino para afrontarla eficazmente, pasa por vivir la realidad como una provocación que despierta nuestro deseo y nuestra capacidad de dejarnos interrogar por todo. Empezando por el problema de la falta de trabajo de tantas personas y siguiendo por la desesperación en la que caen muchas familias ante un futuro incierto. Los ejemplos citados indican la respuesta a una pregunta insoslayable: ¿De dónde nace la reactivación del crecimiento? Nace de ese instante imprevisible en el que un hombre genera algo nuevo –productos, servicios, valor añadido, belleza para sí mismo y para los demás– en su familia, en su comunidad, en su empresa, en su pueblo o ciudad. Una aportación de bien y de riqueza que ningún antecedente histórico, social y político puede explicar del todo. Todos reconocemos con facilidad esos momentos en los que la creatividad de un hombre arrastra a los demás y da lugar a algo nuevo. O cuando las circunstancias han agudizado nuestro ingenio y hemos dado un paso nuevo en nuestro trabajo. No es lo mismo cumplir bien con nuestro trabajo que afrontar bien la realidad. Muchos negocios han fracasado por no adaptarse a la nueva situación. Las circunstancias cambian y exigen de
nosotros una creatividad que sólo se desarrolla si aceptamos el reto de una realidad que sabemos positiva. ¿Dónde aprender una posición como ésta ante la realidad?


La esperanza renace formando parte de un pueblo
Las iniciativas y el deseo de construir sólo se pueden sostener si la persona no queda aislada, si forma parte de un pueblo. Una realidad de pueblo se da sólo cuando la gente se junta por algo sustancial, en lugar de por un beneficio provisional. No en contra de un enemigo, sino por un bien deseado y perseguido, que hace descubrir que el trabajo de cada uno es un bien para todos. En 1905 el poeta Joan Maragall, amigo personal de Gaudí, se lamentaba de que las obras del templo de la Sagrada Familia, obra ideal para toda una sociedad, se tuvieran que interrumpir por falta de fondos. Decía entonces: “un pueblo en sangrienta anarquía, un pueblo en la miseria es todavía un pueblo y tiene derecho a toda esperanza; pero un pueblo sin idealidad no es nada ni tiene derecho a nada”.



Por tanto, la destrucción de un pueblo –con toda su riqueza expresiva y asociativa– y de su ideal es la antesala de la supresión del deseo de algo grande: de hecho si los jóvenes no encuentran una experiencia humana diferente, un ideal por el que dar la vida, ¿cómo pueden percibir que el mundo puede cambiar? ¿Cómo pueden sustraerse al escepticismo?


La tarea de la política
Ante el parlamento alemán, Benedicto XVI ha señalado lo que es importante para un político: “un corazón dócil”, que sepa “hacer justicia al pueblo” y “distinguir el bien del mal”. De este modo muestra el camino para que políticos de diferentes ideologías colaboren por el bien común en momentos tan difíciles como los actuales. Desgraciadamente, en nuestro país nos hemos acostumbrado a asociar política con dialéctica y enfrentamiento. De hecho, en los últimos años hemos asistido a una erosión de la convivencia que ha generado más violencia. El espíritu de la Transición puede y debe volver a presidir nuestra política. Y esto incluye a todos los sujetos sociales. No es admisible que, en tiempos de crisis, cada cual defienda a ultranza su parcela sin mirar al bien común, que exige sacrificios por parte de todos. Precisamente por ello, no podemos exigir que el gobierno o los políticos nos saquen de la crisis, mientras nosotros nos cruzamos de brazos. La sociedad civil debe recuperar el protagonismo para responder con obras a las necesidades que tiene delante. Por eso, la subsidiariedad real –lo que pueda hacer la sociedad no debe hacerlo la Administración– es un factor decisivo para favorecer la recuperación económica y una gestión más razonable de los recursos. La confianza que un país ofrece al exterior no sólo viene dada por “cumplir los deberes”, sino por la confianza que deposita en su sociedad.


Una sociedad con casi cinco millones de parados no se podría sostener sin la familia, que sigue siendo la institución más valorada por los españoles. La legislación debe, por tanto, apoyarla como fuente de cohesión social. Es el momento, además, de favorecer una libertad real de educar como instrumento decisivo para salir de una crisis que es “de significado y de valores antes que económica y social”, como ha dicho recientemente Benedicto XVI. Por ello, hay que alentar las propuestas educativas que generan un sujeto humano capaz de estar delante de la realidad sin censurar ningún factor, incluyendo la pregunta sobre su significado, tan ausente en nuestro país.


Y, por supuesto, una buena política debe alimentar la libre iniciativa creadora de empleo, así
como la solidaridad entre las distintas comunidades autónomas. La libertad religiosa, con su esencial dimensión pública y su capacidad de educar y generar obras, debe ser siempre defendida como fundamento de una sociedad democrática. La labor de la Iglesia es decisiva y más aún en este tiempo de crisis. Y no sólo por su capacidad de salir al encuentro de los que no tienen recursos. Su presencia continua y paciente, a través de obras y personas, es motivo de esperanza, pues afirma el valor infinito de cada hombre. Sólo la auténtica religiosidad –no conformarse con nada que no responda al deseo infinito del corazón– hace a la persona libre del poder en todas sus expresiones y le devuelve el protagonismo para construir junto a otros. Ésta es la contribución de los católicos a la vida social y política de nuestro país. Este tiempo de crisis se presenta como una oportunidad para volver a construir juntos la ciudad común.


DICIEMBRE DE 2011 COMUNIÓN Y LIBERACIÓN