martes, 29 de noviembre de 2011
¿Otra vez hay huelga esta semana?
Carmen Carrón
La crisis es un hecho y como toda realidad que se mira con lealtad se convierte en una ocasión para desenmascarar toda la parte ideológica que vivimos y que se nos adhiere como la ganga a la mena de lo que vale en la vida. Ahora vemos con más claridad las cosas que son un bien para nosotros por el simple hecho de que existen. Como frente a una situación personal crítica queda en evidencia quienes son amigos de verdad, frente a esta situación de crisis estamos impelidos a ver lo que responde en la experiencia y lo que no.
Esto tiene una validez igual o mayor en la escuela, donde la crisis que está sufriendo la enseñanza estatal está haciendo emerger que lo que verdaderamente está en juego es la educación, es decir, la relación profesor-alumno y no los medios.
Esta semana volvemos a tener movilizaciones sólo en la Comunidad de Madrid, aunque al principio se dijo que se respetaría el tiempo de la campaña electoral para que no se confundieran las reclamaciones estrictamente educativas derivadas de las instrucciones de principio de curso, con un asunto político.
La verdad es que al principio se dijeron muchas cosas y poco a poco la faz del problema ha cambiado: primero era la falta de recursos que hacía perder una parte importante de la oferta educativa de los centros; ahora se reduce a un problema horario (dos horas más y las guardias mal compensadas). Y, sin embargo, se están poniendo de manifiesto una serie de secuelas que todos vivimos: una tristeza grande, dificultades en las relaciones personales entre compañeros, deterioro de las condiciones de trabajo (gente que colaboraba el año pasado y que ahora no puede trabajar junta), debilitamiento de los equipos directivos que han perdido capacidad de liderazgo o se han amoldado a las propuestas de los que más gritan, etc. Además de la cantidad de horas de clases que están perdiendo los chicos. La falta de libertad es directamente proporcional a la crispación. Y a esto lo llamamos defender la "escuela pública". ¿No será que la crisis en el fondo es de otro tipo?
Lo ejemplificaba de forma sorprendente el periódico El País. En la contraportada publicaba la preciosa experiencia de un profesor de Cantabria.
Publica este artículo porque ha sido requerido por "numerosos lectores a que refleje el trabajo de los docentes que se dejan la vida sin contar las horas que dedican, con sus alumnos". Lo cual manifiesta que necesitamos ver delante de nosotros que cualquier realidad, también la educación tal y como está, contiene una positividad, ya que consigue hacer entender mejor de qué se trata y nos mueve a responder con lo que tenemos, lo más auténtico, lo más humano. Como le sucede al profesor protagonista de la contraportada de El País.
Para Manuel de la Fuente, los chicos conflictivos son una ocasión y no una objeción. Un ejemplo de cómo afrontar una situación que para muchos es cuestión de medios. Él, en cambio, juzga la realidad desde donde comienza todo cambio posible, la persona de los chicos: "Si encuentras algo que realmente le interese al alumno ya te lo has ganado, ya no le importa las horas que tenga que hacer".
Esta creatividad nueva evidencia una mirada distinta a la persona. Conoce perfectamente el límite de los chicos pero no le frena como a tantos otros, porque el primer reconocimiento es que son un bien, que están bien hechos. Y confiando en ellos provoca su curiosidad, su exigencia de aprender; porque los chicos están hechos para que la realidad les atraiga y él les pone delante una belleza que les atrae. Y esto es lo más sorprendente: en educación todo depende de este instante de gracia donde el chico desmotivado, al que nos referimos, encuentra algo que es para él. Que le atrae, le mueve, le cambia.
Reducir este momento espectacular a una cuestión de medios, como hace de rondón el periodista -aunque Manuel nunca lo diga- es no entender de qué se trata, cuál es la vocación de la que habla después.
De hecho, él afirma que los buenos docentes que lo son por vocación, "son unos supervivientes". Y es cierto; porque uno no sobrevive solo. Es impresionante la dedicación de nuestro amigo de Cantabria pero, dado que la vocación no se sostiene automáticamente, para no sucumbir a la cultura dominante, al desánimo, es necesario sostenerse a través de una realidad asociativa.
Esta red asociativa genera un pueblo que no depende de los políticos para educar y educarse. En nuestro caso esta asociación se llama ARCYP (Asociación para la Renovación Cultural y Pedagógica)
Por eso nosotros, un grupo de amigos profesores, educadores y padres, nos reunimos para sostenernos en la posición educativa que nos parece más humana y juzgar juntos lo que ocurre en la escuela estatal. Porque nos interesa todo lo que tenga que ver con la educación.
Y nos interesa entrar los lunes como Manuel: "Pero el caso es que cada lunes vuelve a haber clase y chavales a los que educar, para los que encontrar ese clic que les despierte...".
Y nos interesa de cara a las próximas elecciones preguntarnos quién apoya experiencias e iniciativas nacidas de la creatividad del asociarse de un pueblo. A este nos interesará votarle.
"Los profesores por vocación son unos supervivientes"
ENTREVISTA: LOS QUE NO SE RINDEN... MANUEL DE LA FUENTE Docente (entrevista en El País)
El año pasado, en un pequeño instituto de una pequeña localidad cántabra, había un chaval repetidor al que siempre estaban echando de clase por incordiar. En una de esas, un profesor le vio por el pasillo y le invitó a entrar en su aula, donde estaba enseñando investigación en ciencias sociales. Esto ocurrió más veces y, poco a poco, el chaval se fue animando; cada vez que le echaban de cualquier clase, se metía en la de investigación. Al final de curso, su trabajo sobre embriología (replicó, paso a paso, un estudio de Aristóteles sobre el desarrollo de los polluelos) acabó ganando el tercer premio en un certamen nacional. Medio centenar de alumnos han ganado con él premios de investigación "Si encuentras algo que realmente le interese al alumno, ya te lo has ganado, ya no le importa las horas que tenga que echar, el trabajo que tenga que hacer", cuenta Manuel de la Fuente Merás, profesor del instituto público Estelas de Cantabria, en Los Corrales de Buelna, una ciudad de 10.000 habitantes muy cercana a Torrelavega. Un entorno "más obrero que agrícola" de clases medias y medias bajas donde muchos chavales han estado durante años saltando del instituto a la obra apenas cumplían los 16. "Hay profesores que no entienden que un alumno puede ser intelectualmente muy bueno, pero académicamente muy malo, y no pasa nada", dice este docente de Filosofía desde hace 14 años y que hace seis bajó el ritmo porque le dio un ictus en mitad de una clase.
Pero siguió con su tarea y sus alumnos siguieron ganando premios: en torno a medio centenar han obtenido galardones, autonómicos y nacionales, por las investigaciones que han hecho con él. Entre recortes presupuestarios y protestas (en Cantabria, los primeros son incipientes y las segundas, tímidas, aunque el temor es que ambos vayan a más después de las elecciones), han llegado en los últimos meses a EL PAÍS numerosos correos pidiendo que se reflejara el trabajo de todos esos docentes que se dejan la vida, sin contar las horas que dedican, con sus alumnos. Uno de ellos era de un periodista cántabro que hablaba de Manuel de la Fuente y de todos sus premios. El profesor cuenta que las declaraciones de Esperanza Aguirre (por las que luego pidió disculpas), insinuando que los docentes son un poco vagos, hirieron profundamente las aulas de toda España; también las cántabras. "Solo tendrían que pasar un día en un instituto para darse cuenta... La gente no se cree que puedas salir sudando de una clase de 45 minutos". La sociedad es complicada y los institutos públicos necesitan recursos, pues los profesores van a trabajar igual, pero el resultado será mejor o peor para toda la sociedad si lo hacen en unas condiciones u otras. Eso será así aunque los buenos docentes, los que lo son por vocación, siempre estarán ahí: "Son auténticos supervivientes", aunque, dice con tristeza, cada vez son menos. Además, añade que hay mucho desánimo instalado en las escuelas. Pero el caso es que cada lunes vuelve a haber clase y chavales a los que educar, para los que encontrar ese clic que les despierte. Este año, un alumno al que le gusta mucho el fútbol está preparando un trabajo sobre este deporte y las matemáticas, y los programas informáticos que se están aplicando a los entrenamientos. Se quiere centrar en dos porteros: Casillas y Valdés. "A ver si sale", dice con tranquilidad. De la Fuente está orgulloso de todos sus estudiantes, cuenta, pero de los que más se acuerda es de los que no ganaron.
El año pasado, en un pequeño instituto de una pequeña localidad cántabra, había un chaval repetidor al que siempre estaban echando de clase por incordiar. En una de esas, un profesor le vio por el pasillo y le invitó a entrar en su aula, donde estaba enseñando investigación en ciencias sociales. Esto ocurrió más veces y, poco a poco, el chaval se fue animando; cada vez que le echaban de cualquier clase, se metía en la de investigación. Al final de curso, su trabajo sobre embriología (replicó, paso a paso, un estudio de Aristóteles sobre el desarrollo de los polluelos) acabó ganando el tercer premio en un certamen nacional. Medio centenar de alumnos han ganado con él premios de investigación "Si encuentras algo que realmente le interese al alumno, ya te lo has ganado, ya no le importa las horas que tenga que echar, el trabajo que tenga que hacer", cuenta Manuel de la Fuente Merás, profesor del instituto público Estelas de Cantabria, en Los Corrales de Buelna, una ciudad de 10.000 habitantes muy cercana a Torrelavega. Un entorno "más obrero que agrícola" de clases medias y medias bajas donde muchos chavales han estado durante años saltando del instituto a la obra apenas cumplían los 16. "Hay profesores que no entienden que un alumno puede ser intelectualmente muy bueno, pero académicamente muy malo, y no pasa nada", dice este docente de Filosofía desde hace 14 años y que hace seis bajó el ritmo porque le dio un ictus en mitad de una clase.
Pero siguió con su tarea y sus alumnos siguieron ganando premios: en torno a medio centenar han obtenido galardones, autonómicos y nacionales, por las investigaciones que han hecho con él. Entre recortes presupuestarios y protestas (en Cantabria, los primeros son incipientes y las segundas, tímidas, aunque el temor es que ambos vayan a más después de las elecciones), han llegado en los últimos meses a EL PAÍS numerosos correos pidiendo que se reflejara el trabajo de todos esos docentes que se dejan la vida, sin contar las horas que dedican, con sus alumnos. Uno de ellos era de un periodista cántabro que hablaba de Manuel de la Fuente y de todos sus premios. El profesor cuenta que las declaraciones de Esperanza Aguirre (por las que luego pidió disculpas), insinuando que los docentes son un poco vagos, hirieron profundamente las aulas de toda España; también las cántabras. "Solo tendrían que pasar un día en un instituto para darse cuenta... La gente no se cree que puedas salir sudando de una clase de 45 minutos". La sociedad es complicada y los institutos públicos necesitan recursos, pues los profesores van a trabajar igual, pero el resultado será mejor o peor para toda la sociedad si lo hacen en unas condiciones u otras. Eso será así aunque los buenos docentes, los que lo son por vocación, siempre estarán ahí: "Son auténticos supervivientes", aunque, dice con tristeza, cada vez son menos. Además, añade que hay mucho desánimo instalado en las escuelas. Pero el caso es que cada lunes vuelve a haber clase y chavales a los que educar, para los que encontrar ese clic que les despierte. Este año, un alumno al que le gusta mucho el fútbol está preparando un trabajo sobre este deporte y las matemáticas, y los programas informáticos que se están aplicando a los entrenamientos. Se quiere centrar en dos porteros: Casillas y Valdés. "A ver si sale", dice con tranquilidad. De la Fuente está orgulloso de todos sus estudiantes, cuenta, pero de los que más se acuerda es de los que no ganaron.
Su nueva novela, la escuela, la literatura y el cine
ENTREVISTA A ALESSANDRO D’AVENIA
www.wuz.it / Sandra Bardotti, 8 de noviembre de 2011
Cosas que nadie sabe es la segunda novela de Alessandro D’Avenia, quinta de 1977, “escritor y profesor perdidamente enamorado de la realidad”, como él mismo ama definirse. Con esta nueva historia D’Avenia profundiza en un diálogo, empezado ya con Blanca como la leche, roja como la sangre, sobre la adolescencia, la escuela, la literatura, el amor, el sentido de la vida. Le hemos preguntado qué piensa del sistema educativo actual [italiano, ndt], qué aprende de los jóvenes con los cuales está en contacto cotidianamente, qué representa la literatura en la vida de un hombre.
Cosas que nadie sabe pone la adolescencia en primer plano como en tu primera novela. Se trata de un período de la vida muy complejo, durante el cual se entra poco a poco en la vida adulta. Se habla mucho de adolescencia pero, con frecuencia, se hace superficialmente, garantizando lugares comunes que solo en pequeña medida se corresponden con la realidad. El éxito de tus dos novelas demuestra que la vía que has elegido para describir esta fase de la vida y la seriedad con la que la estás recorriendo es la justa: contar la experiencia de los jóvenes penetrando en su universo. ¿Por qué has elegido hablar de la adolescencia? ¿Qué das y qué recibes de ellos diariamente a través de tu trabajo? ¿Qué funciona y qué no en la escuela de hoy?
Cosas que nadie sabe es la segunda novela de Alessandro D’Avenia, quinta de 1977, “escritor y profesor perdidamente enamorado de la realidad”, como él mismo ama definirse. Con esta nueva historia D’Avenia profundiza en un diálogo, empezado ya con Blanca como la leche, roja como la sangre, sobre la adolescencia, la escuela, la literatura, el amor, el sentido de la vida. Le hemos preguntado qué piensa del sistema educativo actual [italiano, ndt], qué aprende de los jóvenes con los cuales está en contacto cotidianamente, qué representa la literatura en la vida de un hombre.
Cosas que nadie sabe pone la adolescencia en primer plano como en tu primera novela. Se trata de un período de la vida muy complejo, durante el cual se entra poco a poco en la vida adulta. Se habla mucho de adolescencia pero, con frecuencia, se hace superficialmente, garantizando lugares comunes que solo en pequeña medida se corresponden con la realidad. El éxito de tus dos novelas demuestra que la vía que has elegido para describir esta fase de la vida y la seriedad con la que la estás recorriendo es la justa: contar la experiencia de los jóvenes penetrando en su universo. ¿Por qué has elegido hablar de la adolescencia? ¿Qué das y qué recibes de ellos diariamente a través de tu trabajo? ¿Qué funciona y qué no en la escuela de hoy?
D’Avenia. La adolescencia es el florecer de una vocación. Es el periodo terrible y mágico en el cual descubrimos nuestros puntos fuertes y nuestros límites, vamos a la caza y captura del sentido de nuestra existencia y nos interrogamos acerca del para qué vale la pena jugarse la vida. Creo que es esto lo que buscan los jóvenes: una vida llena; y la plenitud de una vida depende de la alegría que supone realizar la novedad que somos cada uno de nosotros. Los adolescentes no son como se nos cuenta: amorales, superficiales, materialistas… Se vuelven así por la ausencia de maestros y de desafíos verdaderos. He visto cambiar a muchos y yo mismo he cambiado gracias a mis maestros. De mis chicos recibo la obligación de ser auténtico todos los días: estoy llamado a vivir aquello de lo que hablo, y ellos lo pretenden. En la escuela de hoy hay muchas cosas que no funcionan. Tengo una idea de reforma a coste cero. Primero, tener la puerta de las aulas abiertas para que todos vean lo que hace un profesor en clase. Segundo, preparar la lección (no todos se las preparan). Tercero, implicarse en primera persona en aquello que se dice: si Dante no cambia mi vida no tiene sentido enseñarlo. Cuarto, tener en cuenta el destino de cada alumno, ayudándolo a descubrir sus puntos fuertes y a convivir con sus puntos débiles. Quinto, sonreír. Sueño con una escuela que no sea un amortiguador social o una reserva de votos para los políticos, sino una fragua de vidas valientes y enamoradas de la verdad, el bien y la belleza. Sueño con una escuela en la que no se dé la misma “menestra” a todos sino que se construyan recorridos personales. Sueño con una escuela en la que padres, profesores y estudiantes colaboren realmente: es el único “triángulo amoroso” en el que, si todos se aman, son felices. Esta escuela ya existe, pero necesitamos ampliar sus confines.
¿Cuándo ha sido importante el intercambio de opiniones que aparecen en tu blog (también desde el punto de vista de la reconstrucción de la jerga adolescente)? ¿Ha inspirado mucho tus novelas?
Mi blog es un laboratorio de reflexión, de intercambio de ideas, de historias. Los chicos están dispuestos a ponerse en juego, a veces más que en clase. Tienen menos miedos puesto que están protegidos por una pantalla. Muchas de las “Cosas que nadie sabe”, mi nueva novela, esconden las preguntas imposibles de los chavales. Afortunadamente, ellos siguen teniendo el valor de plantearlas.
Una cita en un epígrafe particularmente significativo abre Cosas que nadie sabe. Son dos versos extraídos del libro XVI de la Odisea, cuando Ulises se desvela a su hijo Telémaco: “Si los mortales pudieran elegir todo por sí mismos/ elegirían el día del regreso del padre”. La referencia a la trama del libro es evidente, pero en las palabras de Telémaco hay un núcleo de sentido –presente sutilmente a lo largo de toda la novela y es un motivo muy importante– que va más allá de la búsqueda material de un padre perdido y la reconstrucción de un orden familiar: se trata de la búsqueda del Padre, de la figura simbólica que transmite la lección y entrega un testigo a los Hijos. Ya hace tiempo que vivimos en una época sin Padre. ¿Cuánto les falta esta figura a los adolescentes? ¿Qué es lo que NO enseñan hoy en día los Padres a los Hijos?
¿Es la crisis la que ha robado el futuro a los jóvenes? No. No confundamos lo exterior con lo interior. La crisis traerá más hambre, obligará a no conformarse con el bienestar para ser felices. El futuro de los jóvenes lo roban los adultos que no les miran, los adultos que ocupan puestos de poder y les da igual el bien común, los adultos que construyen un dique para impedir el acceso de los jóvenes al mundo del trabajo, los adultos que no están dispuestos a ponerse al servicio de la generación venidera pasando el testigo. Hay muchos Cronos, sentados comiéndose a sus hijos, que ellos mismos han traído al mundo. Un padre verdadero da la vida por sus hijos, no los devora, no devora su futuro. Mi vida está llena de significado gracias a los padres que he tenido: mi padre y mis maestros.
No solo los adolescentes son los protagonistas de tus novelas, aunque tus reflectores se dirigen de manera particular a ellos. Todos estamos en búsqueda de algo que nos lleve a aferrar el sentido de la vida. También los adultos. Por tanto, existen “cosas que nadie sabe”.
Se dirigen a los adolescentes porque normalmente son ellos los que despiertan a los adultos de su torpeza, aunque con gestos extremos e imprudentes. El dolor, la muerte, un amor que se rompe, un amor que empieza, el miedo, la felicidad, Dios. Prácticamente todas las cosas más importantes nadie las sabe con exactitud. Hay preguntas que mis alumnos me hacen cada día y hay preguntas que a veces los adultos olvidan o no quieren afrontar. Sin embargo, es precisamente la búsqueda de una respuesta lo que da a la vida un significado. De otra manera nos aburrimos.
Tu novela está llena de referencias literarias, antiguas y modernas, desde Homero al Apocalipsis, de Shakespeare a Hölderlin, a Salinas. En Cosas que nadie sabe, como también en Blanca como la leche, roja como la sangre, hay un personaje que es una pieza fundamental de la arquitectura narrativa: el joven profesor, que sabe captar el sentido de los libros, pero no consigue poner en orden su propia vida. ¿Por qué es importante la literatura? ¿Qué podemos aprender de la gran literatura? ¿Cuál es tu experiencia en este sentido?
La literatura nos libera de ciertos automatismos a la hora de pensar. Hace inteligente nuestro corazón. Mantiene vivas las preguntas fundamentales. Nos vuelve empáticos de cara al mundo y a los demás. Y nos hace dormir en paz... Veo a tantos jóvenes “encenderse” frente a páginas de los clásicos: su sed de sentido encuentra satisfacción y compañía. Y después, como decía Tolstoi en la carta que cito en los agradecimientos del libro, “la finalidad del arte no consiste en resolver problemas, sino en obligar a la gente a amar la vida”. Si me dijeran que puedo escribir un libro en el que puedo demostrar como verdadero mi punto de vista sobre todos los problemas sociales, no perdería una hora por una obra de ese estilo. Sin embargo, si me dijeran que lo que escribo será leído dentro de veinte años por aquellos que ahora son niños y que se reirán, llorarán y se enamorarán de la vida en mis páginas, entonces dedicaría a esta obra todas mis fuerzas”. Escribo por esto.
¿Puedes darme algún anticipo de la película que se estrenará en 2012, basada en tu primera novela Blanca como la leche, roja como la sangre? ¿Te has ocupado de la escenografía? ¿Seguirá fielmente el libro?
He seguido la redacción del guión e intentaré seguir, dentro de lo posible, el rodaje. Todavía es demasiado pronto para decir algo. Seguirá el libro, pero ser fiel a la hora de traducir un libro en una película no quiere decir hacerlo igual, sino repensarlo como si hubiera sido concebido por primera vez en ese nuevo lenguaje. Hemos trabajado así. Por tanto, no faltarán las sorpresas. Quien ha amado el libro se sentirá en casa.
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