Paolo Perego
Presentación del informe de la Fundación para la Subsidiariedad sobre “Educación y formación profesional”. Entre las empresas educativas analizadas, la Plaza dei Mestieri de Turín, un lugar donde, entre las clases y el trabajo «ves cómo a los chicos les cambia la cara»
Es el último de los encuentros del ciclo dedicado a los 150 años de la unidad de Italia titulado «Un cruce de caminos diferentes». El Centro Cultural de Milán decide abordar un tema distinto, nuevo respecto a todas las demás cuestiones relacionadas con las celebraciones de este aniversario, y opta por la subsidiariedad, «una forma revolucionaria de crecer». El protagonista será el Informe 2010 recién publicado por la Fundación para la Subsidiariedad sobre Educación y formación profesional.
Frente a la emergencia educativa cada vez más extendida, la Fundación para la Subsidiariedad ha puesto en marcha una investigación en el ámbito de la educación y de la formación, poniendo en evidencia cómo hoy, «nos toca afrontar en primera línea el fenómeno del malestar juvenil» y el consecuente fracaso escolar. «Ante una urgencia así, en los últimos tiempos han nacido de forma subsidiaria experiencias de educación innovadoras que ponen la educación de la humanidad en el centro de su propuesta a los estudiantes», afirma el informe. Los autores analizan el impacto de las obras educativas que han nacido en este contexto y señalan cómo «la adopción de una iniciativa subsidiaria en la formación profesional influye en el resultado académico, en la inserción laboral y en la inclusión social de los jóvenes diplomados y cualificados».
Entre las “empresas educativas” estudiadas, figura la Plaza dei Mestieri, en Turín. Una obra nacida en la capital piamontesa en el año 2003, con la intención de preparar a los jóvenes para el mundo del trabajo. «Setenta mil metros cuadrados para 550 alumnos entre 14 y 20 años, de los cuales el 70%, este año, procede de familias con rentas situadas por debajo del umbral de la pobreza, once mil euros anuales». Su presidente, Dario Odifreddi, afirma: «de dónde nace algo así es de un punto común con otras muchas realidades, que luego, por el contexto y por las circunstancias, actúan de manera diferente. Pero el corazón de todos es el mismo: nos damos cuenta de una necesidad y empezamos, como podemos, a responder».
Muchos de los chicos proceden de situaciones difíciles. «Muchos son “fracasados” escolarmente hablando. Aquí descubren el valor de aprender a través del trabajo. Por ejemplo, empiezan a estudiar idiomas porque los clientes del restaurante, si trabajan como camareros, son extranjeros. Así aprenden mejor, porque lo que estudian tiene un sentido». Estudio y aprendizaje, en definitiva. «No sólo. También trabajo. Hemos unido a la actividad educativa la productiva. Nuestros chicos salían muy preparados, pero después, por un motivo u otro, no conseguían encontrar trabajo. Así que abrimos una pastelería, un restaurante... Producimos, y los productos se venden como productos de excelencia. Los chicos son contratados y resulta incluso más educativo que el trabajo “académico”, pues están obligados a ser precisos, puntuales... profesionales». Después, la entrada en el mundo del trabajo se hace más sencilla, gracias también a una red de relaciones con empresas, grandes y pequeñas, que apoyan la iniciativa de esta escuela.
¿Pero cuál es la diferencia de una propuesta educativa como ésta? ¿Qué propone realmente a sus alumnos? «Yo diría dos cosas: la belleza y el redescubrimiento del valor de uno mismo, que bien mirado van unidas. La propuesta no se limita a enseñar a hacer un trabajo, sino a que el alumno descubra que “todo es para él”. Por eso nacen iniciativas culturales, artísticas, conciertos, concursos de poesía... Hasta setenta en el programa de este año. Estar delante de la belleza, desearla, les hace darse cuenta del valor que tienen. Cuando llegan, lo ves: a veces llega un grupo de “matones”, que en el fondo piensan que su vida no tiene valor ni futuro. Les han dicho que su futuro será precario, que los deseos que tienen no se realizarán, que hay ciertas cosas que no son para ellos... Y luego ves cómo les cambia la cara, porque se dan cuenta de que hay alguien que, al educarles así, les quiere, como un padre con sus hijos».
Además, aprenden un trabajo manual. «Cuando tienen las manos en la masa, literalmente cuando amasan pan, quieren que lo que hacen sea lo mejor del mundo. Y eso sólo sucede porque aprenden una pasión por lo que hacen». Aprenden por tanto a apasionarse por la realidad. «Sí, y eso no se aprende en el pupitre, no es algo que decidas aprender. El que enseña debe ser así, apasionado, tener esta mirada sobre las cosas. Por eso es difícil que existan realidades análogas que no nazcan “desde abajo”, que no sean subsidiarias». En este punto, el papel de las instituciones es fundamental. «Pero no sólo de las instituciones, que deben mirar como ejemplos positivos a estas realidades y darles todo su apoyo. También el tejido social en el que nacen. Para nosotros son las empresas, el ayuntamiento, la gente que participa en las actividades culturales que hacemos».
Es el Turín de los salesianos, del Cottolengo. «Tal vez todo esto lo llevemos dentro, este carisma por el trabajo. El primer contrato de aprendizaje en Italia lo hizo don Bosco en 1859. Pero el carisma no bastaría si no hubiera una realidad que continuamente nos educara en la pasión por el otro que tenían aquellos santos. Porque no es algo innato, sino que nace de un encuentro y de una amistad que continuamente la despierta. Para mí, y para los amigos con los que empecé, es el movimiento de Comunión y Liberación».
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